SENSACIONES CINÉFILAS
Desde ayer, cada vez que repaso el papel existencial del actor Richard Jenkins en las películas «Shall we dance» de Peter Chelsom y «The visitor» de Thomas McCarthy, me viene a la memoria aquella biografía que me contó un buen amigo, cuando alguien decidió dar un giro existencial a su azarosa vida, trasladando su domicilio del lúcido escaparate parisino a la trastienda de «La isla de la calma» de Santiago Rusiñol. Como le sucede a Richard Jenkins en «Shall we dance», éste empezó a tantear los lazos sociales isleños a través de una abierta y sincera simpatía, un ilimitado deseo a escuchar, ayudar y comprender al autóctono para terminar con la decisión de aprender los entresijos de algún que otro metafórico baile mallorquín. Sin embargo, y a su pesar, no tardó en intuir las mismas sensaciones que afloran y nos transmite Richard Jenkins en «The visitor»: la indiferencia social ante los abusos de poder, la desconfianza a cualquier cosa desconocida y la incapacidad de ver más allá de cualquier ficticio ombligo internacional. Visto lo visto, el amigo de mi buen amigo no tardó en soñar, y más tarde decidir alejarse de esta calmosa isla con la misma serenidad y franqueza con que se lee The end, tanto en «The visitor» como en «Shall we dance».
Palma, 16 de marzo de 2009
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